viernes, 2 de abril de 2010

Cuando el poder se concentra, el pueblo es negado.



Que las élites en todas las sociedades, en todos los países y en todas las épocas han tenido y tienen una visión negativa de sus propios pueblos, es un dato de la historia y de la experiencia vivida.
Todo grupo humano que, en una determinada sociedad, comparte la propiedad de unos bienes negados al resto de los conciudadanos o compatriotas, sean éstos económicos, culturales o de poder, la cual lo distingue de ese resto, se ubica a sí mismo por encima de él no sólo en el ámbito propio de esos bienes sino de la humanidad como tal.
Ese grupo se considera por tanto como “selecto”, esto es, de élite, en el seno de una masa indiferenciada de humanos y se ubica conceptual y afectivamente en el marco, ancestralmente inscrito en todas las culturas, que distribuye toda realidad en un esquema bipolar: arriba y abajo, superior e inferior, luz y tinieblas, por citar sólo algunas de sus formas, cuya altura, superioridad y luminosidad ocupa mientras sitúa a los demás en los espacios inferiores y oscuros de la realidad humana.
La misma sociedad ateniense, en los más brillantes momentos de ejercicio de su democracia, tan ensalzada como régimen de igualdad y libertad, reservaba ésta sólo para el grupo de su propia élite, a saber, los considerados verdaderos ciudadanos por estirpe y pertenencia, y privaba de esos mismos derechos a la gran mayoría de sus habitantes situándolos en las escalas inferiores no sólo de la sociedad sino incluso de la humanidad, cuyo último escalón era la esclavitud, pues ese lugar les correspondía, como dirá luego Aristóteles, por naturaleza.
En nuestra historia venezolana, desde los tiempos de la conquista y durante todo el período llamado colonial, se va constituyendo una élite que se superpone al resto de la población y que acaba conformando ese grupo reducido, dominante y detentor de los derechos propios de la época, bien conocido como el de los mantuanos.
Los miembros de este grupo elitesco son los actores principales y dirigentes fundamentales del proceso independentista en el que manejan en sus discursos los conceptos de igualdad y libertad que deben extenderse a todos los ciudadanos, ahora considerados como tales todos los nacidos en Venezuela. Sin embargo, cuando se trata de la valoración real que en esos mismos discursos y sobre todo en las prácticas políticas, económicas y sociales, el pueblo es descalificado verbal, conceptual, política, económica y socialmente. El mismo Libertador Simon Bolívar, si tiene momentos de halago al pueblo, sobre todo cuando necesita su apoyo e intenta obtenerlo, muestra en sus discursos una actitud fuertemente negativa a su respecto y se preocupa por implementar medidas constitucionales y legislativas que, en su intención, lo mantengan bajo el férreo control de las élites pues ese pueblo le parece violento, anárquico y peligroso para la paz y el buen funcionamiento del nuevo estado. Nada se le presentaba como más amenazador para ello que el peligro de un posible régimen de lo que llamaba la “pardocracia”. Con razón Germán Carrera Damas ha podido considerar, en una famosa conferencia, al Discurso de Angostura como un alegato contra el federalismo y contra el pueblo.
Después de la independencia y durante todo el siglo XIX las élites venezolanas se componen, descomponen y recomponen pero se sigue manteniendo el mismo marco conceptual, afectivo y práctico de división entre un grupo de selectos y el pueblo. La nueva bipolaridad en la que se encuadra todo ese mundo es la de barbarie y civilización, compartida con toda América, según la cual los civilizados son las élites y los bárbaros el pueblo que por lo mismo ha de ser cambiado y hasta sustituido por inmigrantes de países “civilizados” y razas superiormente desarrolladas.
El esquema de fondo se mantiene, con variedad de formas, durante el siglo XX y no cambia tampoco durante los años de democracia posteriores a la dictadura de Pérez Jiménez.
¿Qué diremos de la actualidad, de esta época inicial del siglo XXI y la proclamada revolución bolivariana?
En estos momentos en Venezuela tenemos dos élites o dos grupos de selectos, en oposición y confrontación muy abierta, uno de ellos poseedor de todo el poder político y todos los recursos del Estado y otro que se confronta con él y se ubica en posiciones ideológicas y políticas completamente contrarias, cada uno apoyado por un sector del resto de la población. Para seguir las denominaciones comunes en el lenguaje cotidiano, llamaremos al primero el grupo oficialista y al segundo el de oposición.
¿Existen diferencias fundamentales entre las valoraciones, conceptualizaciones y actitudes afectivo-prácticas que uno y otro manifiestan ejercer y poseer en relación al pueblo venezolano tanto en general como al sector particular del mismo que se adhiere a cada uno de ellos?
La élite opositora se mantiene clara y definidamente dentro de la misma tradición que todas las élites de todos los tiempos y de todos los lugares han venido conservando a lo largo de la historia.
Los regímenes han cambiado, entre nosotros, de monarquía absoluta a república, de una república o dictadura conservadora a otra liberal, de un autoritarismo con una orientación política a otro con distinta dirección, de dictadura a democracia, de democracia “burguesa” a lo que llaman democracia “revolucionaria” y seguirán cambiando. En lo que no ha habido cambio ha sido precisamente en la posición total y global de las élites del momento, de uno y otro bando, con respecto a nuestro pueblo tanto si éste las sigue como si se les opone.
Basta escuchar a cualquiera de los líderes de la oposición hoy o seguir los discursos de los intelectuales y periodistas que se oponen al actual gobierno para ver con claridad cómo se ubican por encima de los sectores populares a los que desprecian y a los que acusan de ser causantes tanto de la existencia y permanencia del gobierno que ellos adversan como de todos y cada uno de los males que padece y ha padecido desde siempre nuestra sociedad.
Para ellos, nuestro pueblo es pasivo, irresponsable, no reacciona por flojera e indiferencia ante los abusos de poder, sigue sin reflexión ni crítica a quien lo seduce presentándose como mesías, espera que le den los bienes que necesita sin trabajar para conseguirlos, es masoquista pues le gusta que le griten y le sometan y paremos de contar porque no acabaríamos nunca.
Esta posición de la élite opositora es coherente en cuanto se manifiesta de la misma manera en los discursos y en la práctica política, social y económica.
Dicha coherencia no la encontramos, o la encontramos atravesada por elementos y signos de contradicción, en el grupo que consideramos y nombramos sin hesitación como la élite oficialista. ¿Acaso no se han definido y percibido siempre como “vanguardia”?
Los aspectos y momentos de esto que hemos llamado signos de incoherencia los percibimos motivados por el intento de encubrir ante el mismo pueblo y, quizás, para algunos de sus miembros, ante la propia conciencia, la verdad de las valoraciones, actitudes y prácticas que, como grupo elitesco, comparten plenamente con las élites hoy opositoras y las de todos los tiempos.
Hallamos, de hecho, en el grupo oficialista dos discursos explícitos sobre el pueblo, uno positivo y otro negativo, que se contradicen, y uno implícito que contradice al positivo explícito así como unas prácticas que aparentemente valoran al pueblo y otras que lo desvalorizan muy a fondo.
El discurso explícito positivo nos habla de un gran respeto al pueblo al que se le considera digno de participación “protagónica”, al que se le quiere hacer sujeto de poder, productor económico, fuente y centro de cultura y mucho más. Esto se acompaña, sin embargo, con otras expresiones en las que se nos habla de un pueblo no preparado para entender y ejercer el proceso revolucionario, alienado en su conciencia por los años de democracia “puntofijista”, tendiente al egoísmo en sus actitudes económicas y víctima de muchas lacras producidas en él por la historia, el imperialismo y la oligarquía, pobre víctima, pues. Todos sabemos que la mirada compasiva es la más inicua forma del desprecio.
Aquí ya hemos señalado en la editorial del número 34 –“Cómo nos piensan” – que en documentos oficiales se define al pueblo como pobre material y espiritualmente (¡!), incapacitado para desarrollar “la espiritualidad inherente a toda persona”, formado por sujetos en los que “está anulada cualquier posibilidad del ser ético”, y mucho más.
Si lo vemos con detenimiento, los aspectos negativos que esta élite le atribuye al pueblo son mucho más graves y más de fondo que los que la élite opositora le imputa pues descalifican la misma condición espiritual y ética de sus miembros en cuanto personas.
El discurso implícito negativo está, por ejemplo y para no extendernos, en las disposiciones legales que, mientras dicen darle poder al pueblo, someten todas sus decisiones a la aprobación y a la dirección de autoridades superiores y, mientras lo proclaman como protagonista, le niegan cualquier autonomía.
En el campo de las prácticas, hay que decir que ninguna élite, desde que Venezuela se independizó de la colonia, ha establecido un sistema de estratificaciones y exclusiones reales como la que ejercen en estos momentos quienes detentan el poder. Esta estratificación que va desde los planos inferiores constituidos por los sectores que no comparten la política del grupo dominante ni siguen sus orientaciones, hasta el punto más alto de una pirámide en la que reina solitario el jefe del Estado que parece ser, y él mismo lo afirma, el único capaz de garantizar el orden y la paz y que por lo mismo es el único que debe permanecer indefinidamente en esa cumbre.
No parece haber habido en la historia de Venezuela mayor desvalorización, discursiva y práctica, del pueblo venezolano antes de estas nuevas élites las cuales, a su vez, son también desvalorizadas y ubicadas en los distintos estratos de otra escala en cuya cima moran los más allegados al jefe máximo quien está, y supuestamente debe estar, sobre todos hasta que él mismo considere que ha llegado el tiempo de dar paso a otros.
Esta es la real práctica política que niega así el discurso de solidaridad, igualdad y respeto a los demás pues todo confluye al individuo único que no comparte su poder y posición con nadie, esto es, que se practica como el insolidario radical.
El 10 de diciembre de 1948, hace sesenta años, se proclamaron los derechos humanos como valor universal. Aunque en ningún apartado del texto oficial aparece el derecho a la otredad, esto es, a que la identidad distinta de unos hombres con respecto a otros, sea plenamente reconocida en cuanto tal otredad y en plena igualdad, todo el enunciado está sostenido sobre la asunción implícita de este supuesto.
Y no aparece en el texto porque no debe aparecer pues va más allá de ser un derecho; es una exigencia del hecho mismo de que un hombre existe como hombre. Como diría Levinas, el rostro del otro funda la ética. Y la ética no es sino la exigencia misma de aceptar radicalmente al otro, lo que genera la primera norma: “no matarás”. Matar es lo que han hecho las élites cuando niegan la plena humanidad en radical igualdad de las personas del pueblo y del pueblo como grupo humano existente en su identidad de cultura y mundo-de-vida.
Ni las de derecha ni las de izquierda han respetado nunca al pueblo en su realidad concreta de mundo de convivencia.
Cuando un determinado régimen, sea político, económico, social, religioso, cultural o cualquier otro, un grupo elitesco o un líder dominante, pretenden haber llegado “para quedarse” y están dispuestos a recurrir a todos los medios para lograr su permanencia en una sociedad y por ende en un pueblo, éste es negado en su capacidad y derecho de aceptación, rechazo y cambio de lo que está diseñado para determinar su vida y dirigirla por unos cauces preestablecidos desde una supuesta verdad científica, filosófica, ideológica o de cualquier clase ella sea.
De partida, los promotores niegan el derecho de ese pueblo a la libertad de elegir y decidir sin ser sometido por ninguna fuerza, ninguna manipulación, ninguna seducción, ninguna presión.
La gran revolución que todavía espera el momento de realizarse ha de ser la transformación en las personas y los grupos de la posición existencial y ética que se ha mantenido a lo largo del tiempo de modo que se recree como aceptación total, sin condiciones ni cortapisas, de la otredad del otro y de la propia desnuda responsabilidad ante él y su existencia.


Alejandro Moreno.
(Publicado en revista HETEROTOPÍA).

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viernes, 12 de febrero de 2010

Mi impresión sobre este asunto...


Felix Farias

Chávez ha resultado ser un fenómeno político y electoral del país. En otras épocas, a escasos dos o tres años de gobierno cualquier mandatario buscaba cómo mantener la caída libre de una popularidad que oscilaba entre 20% a 30%, cuando la suerte lo acompañaba.
Muchos resultan ser los análisis rápidos que hacemos al respecto: que ha sido beneficiado con altos precios petroleros; que ha inyectado gran cantidad de recursos públicos a la economía; que apoderado de todos los poderes, ha destruido la capacidad de reacción de las instituciones del Estado; que las misiones han generado una falsa percepción de bienestar en la población; que ha logrado evadir la responsabilidad sobre los graves problemas del país señalando a otros; que cuenta con un CNE que le es leal, parcializado y obediente; que ha generado una lucha artificial con EEUU y Colombia para mantener cohesión en sus filas; que no existe suficiente cohesión en las filas de la oposición; que ha cerrado y generado autocensura en los medios de comunicación, y pare de contar. Quizá cada argumento, tenga tras de sí algo de real, pero denota una profundo apresuramiento cuando menos, de quienes nos oponemos a este proyecto político.
Veamos lo siguiente y volvamos al tema. Es una realidad afirmar que la popularidad del Presidente de la República ha venido descendiendo durante estos 11 largos años. En 1.998 e inicios de 1.999, el Presidente Chávez contaba con una popularidad de 80% aproximadamente; y hoy, encuestas más o encuestas menos lo ubican alrededor de 46% de aceptación. Pero esa línea descendente, no ha tenido una curva constante a la baja; muy por el contrario, se ha visto afectada por una serie de fenómenos que le han permitido salir a flote en momentos importantes. Entonces; ¿qué fenómenos explican que el Presidente Chávez logre superar la evaluación negativa de los años 2002 y 2003 (alrededor de 40% de aceptación) y poder remontar nuevamente el umbral del 50% para el año 2004 y 2005?; ¿cómo se explica que luego de una breve caída en el año 2007 del 46% aproximadamente (momento del referéndum) vuelva a crecer por encima del 55% para principios de 2008?, ¿cómo puede tener ese poder de recuperación, además tan violento?
Algo hay de común a todos estos eventos señalados, que dibujan el zigzagueo en la caída del Presidente Chávez: Elecciones. En cada ascenso del Presidente Chávez en su popularidad sobreviene una elección, lo que explica de entrada la capacidad que tiene para sobreponerse a la adversidad de los hechos del momento, y levantar un discurso-acción que permite unificar a su electorado. Detallemos un poco ese fenómeno, quizá no desde la perspectiva de los eventos externos que se pudieron generar; sino, desde la perspectiva de los que acontece en la gente.
Si preguntamos a la gente sobre los problemas del país, quizá obtengamos respuestas un poco conocidas por todos (números más o números menos): inseguridad 53%, economía 30%, desempleo 25%, servicios públicos 19%, vivienda 18%, corrupción 12%, etc. Con esa información medio acabada e imprecisa nuestra oposición construye política y discurso de manera errática, y desbocados medios de comunicación machacan a toda hora el tema de la inseguridad. No es que no sea un tema importante; pero, si sobre esos mismos números preguntamos, ¿cuánto se siente usted afectado por ello?, allí los datos cambian drásticamente. La inseguridad pasa de 53% a 27% (26 puntos menos); mientras que en los otros factores de medición, la tendencia es a mantenerse casi iguales con apenas dos a tres puntos por debajo.
Entonces, si vemos con más detalle este asunto de la percepción país y la percepción de sí mismo sobre la inseguridad, nos encontraremos con la siguiente ecuación: la inseguridad es un fenómeno que se percibe como problema muy grande cuando se evalúa la percepción del país; pero, al preguntarle si será afectado por la misma, dicha respuesta evidencia una reacción de defensa y no lo sitúa en el mismo nivel. Por otro lado, la situación dramática y cierta de la inseguridad, suele asociarse a una responsabilidad compartida, por lo que asumen que hay cosas por hacer en dicha materia, desde el Gobierno Nacional, Regional y Municipal. Además, sobre el problema de la inseguridad la gente termina convencida que a nivel individual, puede hacer cosas que le permitan esquivarla: rejas, garitas de seguridad, deja de salir a ciertos sitios y en ciertas horas, etc.
Ahora, sobre fenómenos como: economía, inflación, empleo y vivienda, queda más limpio el campo de la responsabilidad del gobierno nacional y del Presidente en particular (aunque pueda incriminar a ministros y demás funcionarios), y la gente cree tener menos capacidad para influenciar cualquier cambio positivo por sí mismo. Pero más adelante veremos que estos elementos han sido poco trabajados en la agenda opositora y cuando son abordados, parecieran hacerse como meras referencias informativas; es decir, más como opinadores políticos, que como actores sociales.
El caso de los servicios públicos, es un dato novedoso la importancia que ha cobrado en las últimas mediciones. Es obvio suponer que su repunte, esté íntimamente relacionado con la actual crisis del sector eléctrico y del agua en todo el país. No obstante, en menester destacar que, existen una amplia variedad de servicios públicos prestados por los distintos gobiernos (nacional, regional y municipal), que son del interés del pueblo. Queda ver si existe claridad suficiente para que demarquen la esfera de responsabilidad de cada quien. Algunas observaciones al respecto, advierten de esta confusión y podrían bien beneficiar o perjudicar el accionar de algunos gobiernos regionales y municipales de la oposición, por tal duda.
La corrupción es otro asunto que ocupa buena parte de la matriz opositora. Si bien es cierto, en el pasado la corrupción tuvo un poder mortal en la percepción sobre los presidentes, en la actualidad no pareciera ser así, a pesar de existir casos patentes y notorios de desvíos del tesoro público nacional. La explicación de tal fenómeno, quizá la consigamos en la liquidez de dinero que hay en la calle, lo cual genera la percepción que la corrupción no le afecta directamente, más allá del ámbito de la moralidad. Es así, como volvemos sobre el dilema de lo que afecta al país, no afecta directamente al individuo y su percepción.
Toca aún ver la historia no escrita de los bancos intervenidos, aunque ya se adelanta buena parte de un guión aparentemente ya escrito: El Presidente Chávez, haciendo de adalid anticorrupción de lo que era un secreto a voces desde hace años, y algunos voceros intermedios y testaferros sacados de sus cargos. Falta saber, si será capaz de resistir la embestida de un hecho que evidencia la podredumbre del sistema. Lo que no está escrito, es la crisis financiera y la insolvencia de pagos que esta crisis generará.
Pero veamos otro elemento importante de este análisis, que no puede ser dejado de lado y que quizá cierra el círculo planteado. Si bien, los elementos de la crisis del país son ciertos y denotan un deterioro progresivo del gobierno, aún el pueblo tiene poca capacidad de asociarlo directamente con el accionar y figura del presidente. Pero, intentemos analizar el elemento que puede resultar crucial de esta relación: los no alineados.
Llamados por mucho tiempo ni-ni, indecisos, no alineados, independientes, indiferentes; este sector importante de la población ha sido decisivo en los resultados positivos del gobierno. Cualquiera de sus dos comportamientos hasta ahora conocidos: votar a favor del gobierno o abstenerse, han dado victorias importantes al Presidente Chávez en sus distintas confrontaciones electorales.
Pero, ¿por qué este sector de la población suele comportarse así en estas coyunturas? Los datos de las encuestas son reveladoras de ciertas realidades que a veces pasamos por alto, de realidades que muchas veces creemos secundarias, pero que definen al final de cuentas, el comportamiento cotidiano y la acción de cada uno de nosotros.
Los distintos vaivenes en la popularidad del presidente antes descritos, han estado signados por el siguiente valor: las personas que suelen oponerse al mandato del Presidente Chávez suelen tener una visión negativa del país a futuro; y tanto quienes lo apoyan abiertamente, como los “no alineados” suelen tener una visión positiva del país. ¿Qué ha pasado entonces en los momentos de baja del Presidente Chávez?, ha pasado que los “no alineados” se mantienen al margen (se abstienen), o que el Presidente Chávez ha tenido la fortaleza para reanimarlos, aunque siempre con cierta merma.
Lo importante de este planteamiento, es que buena parte de la población “no alineada” comulga con la prédica de suponer que en el futuro se ve mejor que ahora -tanto él, como el país. Este planteamiento, quizá termine siendo la diferencia, pues supone que éste sector importante de la población, mantiene la creencia de un liderazgo propositivo que le habla al país. Es decir, mientras la mayoría del liderazgo opositor centra lo medular de su discurso en la crítica al Presidente Chávez, éste reacciona siempre proponiendo modelos, misiones, programas, ofertas electorales; en fin de cuentas, formas de acercamiento con la gente. Esto podría resultar un poco incómodo de aceptar de entrada, pero resulta fundamental entender, pues a pesar de compartir que el Presidente Chávez es el iniciador de la confrontación, luego se desmarca. Al atacar duro y frontal a la oposición con miles de calificativos, los deja en el terreno que él les ha previsto: en el terreno de la descalificación y los epítetos de cualquier tipo. Allí la oposición es débil, pues poco propone al país, poco logra nuclear asertivamente. Para el Presidente Chávez, es fundamental que se mantengan allí y lanza todos los peines posibles para que caigan.
Ahora bien, con relación a la evaluación del gobierno del Presidente Chávez, no nos equivoquemos. Podemos objetar desde las políticas públicas la viabilidad de tales acciones; podemos también estar convencidos en la ineficiencia e ineficacia de su aplicación; empero, para el imaginario del venezolano, es hasta ahora quien le habla al país desde la propuesta concreta, mientras que desde los sectores de la oposición sólo se dibujan las críticas sin contraargumentos propositivos. Parece irónico lo argumentado, pero no está demás que nos detengamos en esa reflexión, pues es el juego del Presidente Chávez en plena acción.
Veamos ejemplos que logren evidenciar lo descrito: sobre las misiones en salud, jamás hemos escuchado la propuesta del modelo de salud de los sectores de la oposición, más allá de argumentar la necesidad de emplear personal venezolano; sobre el abastecimiento de alimentos (mercal y pdval), no existe ninguna propuesta alternativa para entregar alimentos a precios regulados o subsidiados al pueblo; más allá a las críticas a la LOE aún estamos esperando el texto alternativo que presentarían los sectores de la oposición; mientras la inseguridad nos devora, el Presidente Chávez arranca el proyecto de Policía Nacional y la oposición sólo crítica la politización del mismo. En estas comparaciones podríamos extendernos al extremo, y en cada caso conseguiremos elementos que le son comunes: el discurso negativo y escasez de propuestas de la oposición venezolana.
Quiero advertir al lector de lo siguiente: convencido estoy que existen a nivel local, municipal y regional, ejemplos que hablan de lo contrario, y que dan luces de un liderazgo renovado que se levanta. Pero hasta ahora son eso: ejemplos pequeños, poco conocidos, de reducido margen de acción y sin nivel de articulación, que permitan convertirse en vitrina para el colectivo país. Hasta ahora en la oposición va ganando, el discurso estridente, negador, oposicionista a rajatabla, sin matices, casi irreflexivo, del que si dices A yo digo B, que poco propone y cuando lo hace saca su pensamiento más agotado; en pocas palabras, en la oposición venezolana hasta ahora llevan la delantera las posiciones más liberales y muchas caras del pasado.
¿Cómo levantamos un planteamiento que rompa con esto? Veamos estos comportamientos deteniéndonos un poco en la historia. Podríamos afirmar que, el pueblo venezolano, ha ejercido el voto como expresión de esperanza y muy pocas veces como castigo. Cuando este último se expresa, ha logrado encontrar en algún liderazgo la fuerza suficiente para materializar su aspiración y esperanza. Esa es una clave que hay que entender; pues, en buena medida es la síntesis de nuestra situación.
El presidente Chávez, resumió en su momento la esperanza de cambio de la mayoría del pueblo, de miles de personas olvidadas y excluidas por tantos años de gobiernos adecos-copeyanos. Algo parecido intentó el pueblo al votar por Rafael Caldera y Andrés Velázquez, o al votar por CAP II. Es decir, podemos advertir desde hace muchos años la búsqueda de una opción que les garantizara sus aspiraciones. Al final de cuentas siempre ha sido así, y cuando el castigo del elector no se ve resumido en alguien que pueda representar esa aspiración se convierte en abstención y descreimiento, pero casi nunca en voto. Esto resulta fundamental para entender, por qué el Presidente Chávez sigue ganando elecciones, pues lo hará hasta tanto no se logre consolidar un nuevo liderazgo y un proyecto político que resuma esa aspiración y llegue a la cabeza y al corazón de la gente.
El pueblo poco se mueve en la incertidumbre. Ante el Presidente Chávez y algo medianamente borroso, votará por Chávez. Esto marca entonces el desarrollo de una estrategia, menos marcada por la agenda mediática y más aderezada por elementos propios de la dinámica social-individual. Es decir, una estrategia política que se comprometa efectivamente con aquello que es importante para la gente: la lucha por sus padecimientos cotidianos, que los resignifique como pueblo y llene de contenidos sus demandas y anhelos.
Se trata de levantar una propuesta que le hable e incluya a los “no alineados” y chavistas; pues sólo así se podrá construir una alternativa de cambio en el país. Pero, ¿qué quiere decir esto muchas veces escuchado, pero pocas veces debatido? Se refiere, a desde dónde se construye el discurso, y justo allí comienzan las contradicciones en el seno de la oposición. Ya hemos dejado por sentado, lo difícil que resultaría hablarle al país desde el pensamiento agotado de la “derecha tradicional” opositora; por lo que, el gran reto planteado está en construir un discurso desde la izquierda, que reivindique al pueblo desde una visión socialista-democrática y de participación para el país; que rompa con el actual modelo de capitalismo de estado, en su versión desarrollista-populista y del socialismo burocrático, al mejor modo de la revolución cubana y del stalinismo ramplón, como diría Domingo Alberto Rangel (padre).
Para los que pretendemos este reto, se nos plantean dos cosas: En primer lugar, una urgente revisión y mirada a tales postulados, que permitan alimentar nuestro discurso-acción, y dotar al accionar público y nuestros programas de esta cosmovisión; En segundo lugar, afianzar un liderazgo que haga posible esta tarea. Por supuesto que, esto implica desde el “líder principal”, hasta el liderazgo que debe articularse como red en cada rincón del país. Pues dejemos claro, que aunque es necesario romper con cualquier mesianismo, es necesario e imprescindible que dicha alternativa cuente con una cara visible y reconocida, que articule, genere credibilidad y de confianza.
Muchas ideas siguen inacabadas, así que el camino sigue siendo largo… pero quería compartir estas impresiones con los amigos.
Félix Farías
11/12/2009.

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